MENSAJE A LA NACION ARGENTINA

Hermanas y hermanos, habitantes de nuestra Nación: nos hemos reunido, en esta histórica convocatoria, en representación de los millones de cristianos evangélicos que habitamos este suelo, con el fin de celebrar y dar testimonio de nuestra fe común en Jesucristo y compartir la esperanza puesta en él.
Desde los comienzos de la Nación Argentina hemos estado presentes con un mensaje de fe y compromiso por la igualdad y la libertad. Nuestras comunidades fueron generosas al compartir su testimonio no sólo con palabras sino también con expresiones concretas del amor de Dios, y su influencia ha sido significativa en lo ético y moral, y en el campo de la salud, la educación y el desarrollo social.
Somos conscientes de que en los últimos años nuestra presencia se ha hecho más visible, debido al pujante crecimiento de las iglesias, por lo cual sentimos una responsabilidad mayor ante la sociedad. Por eso venimos hoy a compartir este mensaje con la Nación Argentina.
Agradecemos a Dios por su amor manifestado en Jesucristo, mediante el Espíritu Santo.
Agradecemos a Dios por quienes nos precedieron en la fe anunciando y viviendo el Evangelio.
Agradecemos a Dios por nuestro país y por la gran cantidad de recursos con los que nos ha provisto para el bien de todos.
Agradecemos a Dios el poder terminar este siglo con un sistema democrático, que abre puertas para una mayor y real participación.
Agradecemos a Dios por las familias que contribuyen a crear lazos de amor y fidelidad, como fundamento de la sociedad.
Agradecemos a Dios por todos los que sirven a sus semejantes en las diversas disciplinas orientadas al bienestar de los demás, especialmente de los que sufren.
Agradecemos a Dios por el acercamiento entre los cristianos, en lo cual reconocemos la acción del Espíritu Santo.
Pedimos perdón, con corazón humillado delante de Dios, que nos llama al arrepentimiento y nos redime por Jesucristo.
Nos sentimos deudores porque no siempre hemos sido testigos fieles de Jesús y de su palabra de paz, amor y reconciliación.
Nos sentimos deudores porque muchas veces nuestra propuesta en defensa de la vida, la justicia y la verdad no fue suficientemente clara y comprometida.
Nos sentimos deudores porque no hemos trabajado lo suficiente en la construcción de una sociedad digna, como nos enseñó Jesús.
Llamamos, como Iglesia cristiana, desde nuestra fragilidad, pero al mismo tiempo desde la firmeza y claridad del Evangelio, a construir una sociedad de amor, justicia y verdad. Nuestro modelo es Jesús y nuestra base sus enseñanzas.
Nos conmueve el auge de la violencia y el desprecio por la vida. Los asesinatos cotidianos y el surgimiento creciente de ciudades protegidas entre rejas, y la destrucción de la familia y la marginalidad a la que son empujadas y sometidas millones de personas, son la cara dramática de un problema más profundo.
Nos alarma la debilidad de la justicia, carente de leyes adecuadas y sospechada de corrupción, de lo cual son un símbolo los dos atentados más sangrientos que conoció nuestra generación, junto con otros crímenes aun no resueltos.
Nos preocupa el aumento de la pobreza, la desocupación creciente y la insensibilidad de quienes se niegan a aceptar que cada vez son más los que están peor.
Nos duele la crisis de la educación por la falta de una formación integral de los alumnos y la carencia de recursos económicos para la docencia.
Nos alarma la desintegración de la familia, amenazada por el desprecio de los valores fundamentales que hacen a la solidez de un hogar -como el amor, la fidelidad, la pureza sexual, la responsabilidad mutua, el cuidado de los niños, el acompañamiento adecuado para el desarrollo de adolescentes y jóvenes, y el respeto a los ancianos-, y por la desesperanza, la inestabilidad laboral y las carencias de todo tipo.
Nos escandaliza el uso de los medios de comunicación como canales de exhibición de las bajezas humanas, no con el afán de informar o ayudar a comprender, sino buscando un caudal de audiencia, presentando con frivolidad el dolor y haciendo apología de costumbres, adicciones y valores absolutamente destructivos.
Nos escandaliza la manipulación de las necesidades humanas en nombre de la fe, la proliferación de ofertas seudoreligiosas, la promoción de lugares milagrosos, la presentación de una religiosidad mágica, que constituyen prácticas reprobables que lucran con la credibilidad y apartan a las personas de una fe sencilla y profunda en Dios verdadero.
Como cristianos, hombres y mujeres que hemos decidido poner nuestras vidas bajo la autoridad de Jesucristo, nos negamos a aceptar la realidad que nos rodea como definitiva y no modificable, librada a la suerte del mercado o al destino siniestro de la corrupción.
Sabemos que el propósito de Dios para el ser humano y la creación es totalmente diferente. Su voluntad expresada en la Biblia es que la paz y la justicia corran como un río, que la creación sea liberada y que cada persona viva una vida plena. Jesús dijo: "Yo he venido para que todos ustedes tengan vida, y para que la vivan de manera completa".
Convocamos ampliamente, sin distinción de credos, cultura o rango social, a cuantos habitamos esta tierra; por cuanto somos desafiados a trabajar para que se cumpla el propósito de Dios para esta Nación y con fe en él, sabiendo que nos dará fuerzas y templanza para lograrlo.
Convocamos a retornar a Dios mediante un profundo y sincero arrepentimiento.
Convocamos a quienes gobiernan para que ejerzan con justicia y equidad el poder que se les delega, no buscando el bien propio sino el de todos. Les invitamos a aprender de Jesús quién poseyendo toda la gloria y la autoridad dijo: "yo estoy entre ustedes como el que sirve".
Convocamos a fortalecer relaciones sociales solidarias donde el amor al prójimo sea el principio y el fin de toda acción, para que se destierre de nuestra nación todo tipo de discriminación y exclusión.
Convocamos a las familias a redoblar sus esfuerzos para fortalecer los lazos de amor entre sus miembros. Dios creó la familia como ámbito natural para el desarrollo pleno de la persona. Invitamos a no dejarse seducir por los falsas bondades de un amor sin compromiso y de una sexualidad sin responsabilidad ni amor.
Convocamos a revalorar el trabajo y la lucha, con esperanza, rechazando al falso dios del consumismo y del azar, que agrega una presión insoportable sobre quienes ni siquiera tienen lo indispensable para vivir; creando una esperanza ilusoria, al presentar el espejismo de una forma de vida que resulta vacía aun para quienes pueden alcanzarla.
Convocamos a empresarios, industriales y productores a redoblar esfuerzos para superar la dinámica de concentración de la riquezas en unos pocos con menoscabo de la mayoría; creando fuentes de trabajo y garantizando condiciones dignas y justas para el trabajador.
Convocamos a los responsables del mundo financiero a fortalecer el crédito para la pequeña y mediana empresa, para favorecer un cambio productivo.
Convocamos a los hombres y mujeres de la cultura, del arte, de las ciencias y la educación para que sigan los pasos de Dios creador, que usó de su infinita capacidad y libertad para dar al ser humano un universo bello y armónico para disfrutar.
Convocamos a cada persona a dirigir su corazón a Dios, a buscar en él y solo en él la fuerza, y a poner en él toda esperanza.
Convocamos a la fe en Jesucristo, que es a la vez lucha y compromiso.
Pedimos la promulgación de una ley de personería religiosa que asegure un trato igualitario, sin discriminación, a todos los credos, y cree canales transparentes de relación con el Estado.
Pedimos una real participación en el debate y la formulación de las políticas educativas y de comunicación social, de desarrollo humano y social, en los niveles nacional, provincial y municipal.
Nuestro mensaje principal, hoy como siempre, al pueblo de la Nación Argentina es el Evangelio, que significa la buena noticia. La buena noticia de que Dios, en su gran amor, se propuso bendecir a todas las familias de la tierra, enviando a Jesucristo, nacido de la virgen María. El Señor nos capacita para vivir correctamente, amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Jesús murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, y tiene todo el poder en el cielo y en la tierra.
Si cambiamos de actitud y nos volvemos a él, él nos puede cambiar y bendecir, pues como dice la Biblia “hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos”.

¡Con Jesucristo nuestra vida puede cambiar!
¡Con Jesucristo nuestras familias pueden cambiar!
¡Con Jesucristo nuestra Argentina puede cambiar!
¡Jesucristo por todos y para todos!

Buenos Aires, 11 de septiembre de 1999

 

 

 

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